Entre limpieza y redecoraciones

En una nueva casa, todo ha de ser nuevo, más allá de lo evidente: el inmueble, sus acabados, la vista hacia afuera, lo que hay en el interior y todo eso que termina por hacer del espacio recientemente habitado un hogar también se torna en novedad, aunque haya estado entre nuestras pertenencias mucho tiempo. No hay mudanza que no signifique el inicio de otra vida.

Aún con el mobiliario y los objetos conocidos y usados de sobra, todo adquiere una presencia y significado distinto. Tal vez por eso el mudarse impele a dos actos contrarios: el reemplazar algunas cosas y el de aferrarse a otras. El primeo ajusta el orden, los objetos y las decoraciones a las necesidades de esa vida distinta a la que uno ha despertado. El segundo gesto, quizá, nos dé la seguridad de tener algo fijo en medio de todo lo que cambia o de no perder la continuidad de nuestra historia.

Qué curioso resulta, entonces, que esos objetos esenciales a los que nos aferramos no sean en todos los casos funcionales. A veces, tomamos por herencia un mueble roto, del que no podemos deshacernos por mucho que a ojos ajenos parezca que nos estorba. Otras veces, ese estropicio fundamental es un adorno que no encaja con la decoración; una enciclopedia llena de verdades históricas o de datos obsoletos (no lo sabemos, ni nos importa) que nunca o rara vez hojeamos, pero que asienta con el peso de la familiaridad lo que un día entendimos como hogar.

Entre la acumulación y el éxodo forzado de las cosas surgen dos impulsos opuestos, pero complementarios: el de limpiar al grado de una asepsia opaca y el de pulir hasta “ensuciar” de brillo las superficies. Y así, el equilibrio de la nueva casa se gesta en la dualidad y sus contradicciones, que las circunstancias cotidianas confirman.

Uno vuelve del súper con productos desengrasantes para eliminar la suciedad de las cosas, y lleva también emolientes para encerar los pisos y los muebles de madera que se siente como recién comprados, porque, en efecto, al mudarse todo es nuevo; incluyendo las pertenencias que se saben propias desde antes de nacer y uno mismo –que es otro– haciendo lo de siempre, se renueva.

Tras la mudanza, al mirarse en viejas fotos uno no se reconoce por completo en las imágenes: falta a los papeles opacos un marco brillante en la sala todavía sin estrenar, para mostrar una imagen fiel a quien se es en el presente.

Author: director

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